miércoles, 9 de marzo de 2022

¿Falla el feminismo en México?

México es uno de los países que es más conocido por la violencia, la corrupción y la impunidad de los delincuentes, sobre todo de aquellos de cuello blanco que cuentan con un gran poder político o adquisitivo, aquellos contra quienes no se puede hacer nada, a pesar de que las evidencias apunten todas en su contra; son estas mismas personas al poder quienes estarán buscando siempre un beneficio personal sin importarles si tienen que pasar por encima de personas inocentes o familias enteras; es el poder de éstas personas lo que las mantiene impunes, y es que basta solamente con recordar casos tales como el de Succar Kuri, el libanés que lideraba una amplia red de pornografía infantil en México y que gozaba de una protección envidiable por parte de altas figuras mexicanas. El caso de Kuri podría ser solamente la punta del iceberg, ¿cuántos más -iguales o mucho peores- siguen en las sombras?

 

Otra parte de la historia que aqueja al país es la casi nula protección que se le da a las víctimas de algún delito, y es que parece que las leyes mexicanas protegen más a los delincuentes que a los agraviados, además de que Derechos Humanos parece no tener bien claras las prioridades de su existencia, dando ventaja y -nuevamente- protección a las personas que perpetúan un acto delictivo, y no a las víctimas en sí. Recordemos que se han registrado casos en los cuales, por ejemplo, mujeres que se han defendido de una violación y asesinado a su agresor, han sido encarceladas, y eso sólo es una muestra de las deficiencias del sistema judicial.

Desde la aberración de silenciar a las personas por intereses políticos o “saber demasiado” hasta la revictimización de mujeres, pasando obligadamente por la ineptitud de los cuerpos policiales, líderes judiciales, funcionarios públicos, políticos y gobernantes, las deficiencias en la seguridad mexicana van más allá de ser algo que pueda ser arreglado con pintas, destrozos y gritos de “ni una más, vivas nos queremos”, estamos hablando más bien de una interiorización centenaria de que las cosas se arreglan con violencia, que las personas son una posesión y que la frase “si no eres mía/o, no serás de nadie” es una forma legítima de justificar un serio trastorno mental y una falta de educación basada en los valores. A las personas se les enseña a callar, y digo personas porque realmente no es algo exclusivo de un género; se enseña que si eres hombre, no debes llorar o mostrar debilidad; que si eres mujer y tu pareja te violenta, es algo normal que tienes que aguantar porque “es tu cruz”. Se enseña que un hombre golpeado por su novia o esposa es un “maricón”, que un homosexual puede ser ultrajado por otros hombres porque “es lo que le gusta”, que la mujer que usa ropa que muestra su cuerpo puede ser asediada, tocada o incluso violada porque “es lo que pide a gritos, por eso se exhibe”; se revictimiza a las víctimas de algún delito bajo un doblemoralismo estúpido que juzga el valor de la vida humana por el horario en que se encontraba fuera de casa, si consumía alcohol, por la forma de vestirse, los gustos personales, sus amigos, raza, etnia, profesión/oficio, nacionalidad, o si pertenecía a alguna tribu urbana, como si una cosa o la otra hicieran menos humana a una persona.

Con lo anterior hay que tener bien en cuenta que de ninguna manera se debe proteger a los delincuentes bajo el argumento de que “se violentan sus derechos humanos”, como se han dado infinidad de casos en los cuales incluso se ha llegado a pagar una indemnización a secuestradores (del erario público). Aquellos transgresores de la ley deben recibir un castigo justo de manera indiscriminada.

Eso es únicamente una parte de las deficiencias que nos cobijan, también encontramos: procesos de denuncia engorrosos, tediosos, revictimización de la persona afectada, personal poco capacitado, “pérdida” de expedientes, “deficiencia” de pruebas, e incluso la declaración de culpabilidad por parte del acusado, la cual no es válida para determinar la sentencia; la liberación del acusado después de pago de una (ridícula) multa de reparación de los daños o fianza, trato inhumano a las víctimas, o incluso la declaración de culpabilidad ante el crimen por el que se juzga, la cual no puede ser tomada como evidencia para decidir la sentencia final (por obvias razones en México). Son muchísimos los casos que han sido desestimados por las anteriores mencionadas u otras tantas razones absurdas que no fueron enunciadas.

Muchas veces nos centramos en desacreditar el movimiento feminista diciendo que no tiene pies ni cabeza, que sus exigencias van en contra de la integridad moral y física de otras personas, que transgrede los derechos humanos, que no son formas y que “si tanta igualdad quieren, deberían poner el ejemplo”. Recordemos casos como el de Lydia Cacho, quien fue perseguida y encarcelada por dar a conocer la red de pornografía infantil de Kuri en Cancún; o a Verónica Villalvazo, mejor conocida como Frida Guerrera, quien ha sido amenazada de muerte por investigar feminicidios en México. Recordemos a Malena, la saxofonista que fue quemada con ácido por su expareja, diputado del PRI, que quedó en libertad, o también a Marisela Escobedo, quien investigó, atrapó y entregó a los asesinos de su hija, quien se manifestó de manera pacífica en múltiples ocasiones, sin destrozar ni rayar, sin destruir, sin gritar, y aún así terminó siendo asesinada y el crimen de su hija, impune.

Concluyamos entonces un extensísimo tema que tiene diversas aristas bajo una frase concreta:

NO FALLA EL FEMINISMO, FALLA EL GOBIERNO.

martes, 3 de diciembre de 2019

Paz emocional

La mayor parte del tiempo, sobre todo después de los primeros meses, uno tiende a ser bombardeado de preguntas absurdas y comentarios que no son solicitados: "¿cómo te sientes?", "fue lo mejor", "¡Nunca encontrarás a alguien como él/ella!", "ya no estés triste", y más allá de los comentarios de los otros, la peor batalla se vive contra uno mismo y sus constantes cuestionamientos relacionados al arrepentimiento y negación, los clásicos "¿Y si...?" o "hubiera" que ya no tienen ningún sentido porque... pues porque simplemente lo pasado, pasado.

Y entonces uno se hunde: tienes que llegar hasta el fondo del abismo, ahí donde parece que no llega la luz ni el calor de ninguna fuente, y encerrarte en tí mismo durante días, meses o incluso años dependiendo de qué tan largo y significativo fue tu viaje, y contemplar tu vida y tu relación pasada a través del cristal de la añoranza y de autoflagelación porque tuviste la culpa de todo... y llorar amargamente, sin freno, sin tope, llorar hasta que los ojos se hinchen y termines dormido entre la inmundicia de tu pensamiento, porque al dormir las cosas no se mejoran: siguen igual... y a veces son peores.

Un día, sin embargo, no te queda de otra más que levantarte, sacudirte las rodillas y el corazón, echarte agua en la cara y seguir con lo que estabas haciendo; ¡Uno no se puede dar el lujo de estar tirado en la cama! Necesitas trabajar y pagar la renta, los servicios, la comida, las croquetas de la bendición, la mensualidad del coche. Tienes que comprar el regalo para tu mamá porque ya está por cumplir años, el regalo de tu colega en el trabajo porque entraste a un intercambio de $50 pesitos; te obligas a tí mismo a mover las nalgas fuera de tu habitación y a recorrer las calles en busca de esos calcetines calientitos o los guantes baratos, y de pronto te sorprendes tu misma probándote una blusa que te encantó, o analizando los escaparates de las tiendas, o comprando un helado porque es bueno para matar el hambre (y es que no recuerdas cuando fue la última vez que comiste)

Pasarán los días; las semanas se volverán meses, los meses, años... y un día, cuando menos lo notes, estarás en paz. No te preocuparás por estar rogando atención, ni vivirás con al sosobra de dónde está la otra persona, si está con alguien más, si le coqueteará a la vecina o a la compañera de trabajo. Te sorprenderás sonriendo porque tienes una cama matrimonial que no debes compartir con nadie, te pondrás el mini-vestido que te encanta y que habías dejado de usar porque a él no le gustaba, y sobre todo te darás cuenta que lo mejor que pudiste haber hecho fue dejar de hacer aquello con lo que no eras feliz: a tu pareja, tus malas amistades, tu familiar tóxico, tus vicios destructivos, el trabajo esclavizante... y es que la mejor manera de acabar con los males, es eliminar de raíz lo que te causa ese malestar; no es fácil (nunca nadie dijo que lo fuera), pero es sano.

La gente te va a criticar, te dirá que debiste haber hecho tal o cual cosa, pero nunca nadie, JAMÁS, te preguntará si eres feliz.. y justamente eso es lo que más te debe importar.

jueves, 31 de octubre de 2019

La invisibilidad en el trabajo

Jamás he sido una persona de lo más sociable, eso es algo que todo el mundo sabe; sin embargo, eso no me ha impedido que en uno que otro momento busque realizar alguna acción o ayudar a las personas que me rodean, aunque sea con acciones pequeñas que puedan resultar insignificantes para muchos. Por ejemplo: alguna vez, después del fallecimiento de una empleada de la empresa, colaboré con un poco de dinero para los gastos funerarios, me llevo al trabajo a compañeros que vivan por el rumbo, si puedo les enseño a otras personas algunos tips para hacer su trabajo más rápido e incluso he apoyado a que busquen un nuevo trabajo cuando ya están hartos de lo que están haciendo.

Hace un par de semanas, por poner un ejemplo, me hicieron llegar una invitación para participar en un congreso bastante atractivo que congregaba a muchas empresas importantes del estado. Se comunicó la información tanto formal como informalmente (vía e-mail y whatsapp), y nunca se tuvo ningún tipo de respuesta. Cuando llegó el día del evento, mi jefe me solicitó enviar fotografías al grupo para "tener evidencia"... pero esa evidencia solamente sirvió para que la persona encargada del área comercial reclamara "porque no se le comunicó del evento", pese a que sí se dio a conocer la invitación.

Obviamente, para ésta persona, sus argumentos fueron invalidados con un "no vas a llevar cocos a Colima"

De mi jefe, aquél que exigía las fotografías, no existió aprobación pública. Me recuerda mucho aquella... ¿qué es? ¿Paradoja? La de "si un árbol cae un bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hace algún sonido?" La cuestión aquí es que no se trata de que me encuentre sola y no haya nadie que me vea o escuche, sino que la invalidación de mi existencia se da de forma completamente consciente en un ambiente repleto de gente.

Hoy, en otro ejemplo, se me ocurrió que era una buena idea compartir con los colegas que se estaba haciendo recaudación de tapitas, el famoso tapatón, que tiene la finalidad de otorgar quimioterapias gratis a niños con cáncer. Como se trataba de algo informal, se hizo la invitación vía whatsapp, y nadie hizo algún comentario al respecto. Mi jefe, por su cuenta, me comentó que "había que ligarlo a responsabilidad social"... porque obviamente, la cultura de la empresa es "fomentamos la cooperación para el crecimiento, y la retribución que tienen los empleados que aportan ideas es que tienen la satisfacción de que las cosas se están haciendo bien"

A chingar a su madre la pirámide de Maslow.

Al final resultó que "ya existe una iniciativa así" y que buscara empatar ambas. Decidí que no permitiría que una acción propia que pasó completamente desapercibida cobrara fuerza y sirviera de pedestal para autoproclamarse responsables sociales para otro departamento que hasta el momento brilló por su ausencia en temas de responsabilidad social.

No: mi área no es "la más importante" en la nueva "casita de valor" (que así llaman al nuevo modelo organizacional), porque ciertamente genera ningún tipo de ganancia.

Chinguen a su madre...

jueves, 25 de julio de 2019

La tranquilidad del adiós

En terapia Gestalt dicen que es muy beneficioso trabajar en cerrar ciclos, despedirse y desapegarse de las cosas que a uno le molestan con el fin de poder completarse y avanzar al siguiente nivel. A veces los círculos que construyen nuestra vida están ahí abiertos, flotando en nuestro inconsciente, y es a pesar de que no es complicado cerrarlos, si nos resistimos puesto que implica tomar terapia, echarse un clavado al interior y luchar contra todos esos demonios internos que tenemos.
Yo no lo busqué, sino que él fue quien vino a mi. Yo no intentaba tener algún tipo de contacto con él... ¿para qué? Ya había pasado, ya estaba convencida de que solamente se trató de una persona que estaba de paso, que me enseñó lo que me tenía que enseñar y se fue sin decir nada, sin encarar las cosas y simplemente siendo la persona inmadura que siempre, en mi interior, supe que era. Por dentro, sin embargo, también siempre supe que había algo en toda la historia que no me terminaba de convencer, y es que jamás tuve la oportunidad de decirle todas las cosas que quería, de frente, sin que me temblara la voz y con la seguridad de que definitivamente en ésta ocasión quería que quedara bien claro que no tenía interés de que volviera a mi vida....

Y pasó. Un año después de todo, pasó, y me vino a buscar y a pedir perdón por todo lo que había hecho, porque la había regado en la relación, porque ahora resulta que pudiera ser que se va del estado y se quiere llevar la conciencia tranquila después de todo. Me dijo todo lo que ya sabía: que era un inmaduro, que no supo cómo manejar la relación, que se decantaba más por ser exitoso en su trabajo (trabajo que ya dejó) y no tanto por las relaciones personales; me dijo que había entendido muchas cosas y que estaba trabajando en otras tantas. Me dijo que jamás estuvo del todo desprendido de mi, que seguía preguntando a sus amigos cómo estaba, buscando hacerme regalos sin que supiera que habían sido de su parte (anda, que no soy pendeja...) pero que tampoco fue capaz de hablarme, llamarme, mandarme un mensaje, hacer algo por encontrarme, hasta ahora.

Y yo, sentada frente a él, con una inmensa tranquilidad, sin miedo, sin nada qué esconder, sin remordimientos de conciencia, habiendo esperado más de un año, por fin se lo pude decir:

-Estás bien pendejo....

Y se sintió bonito.
Y estuvo bien.

viernes, 5 de abril de 2019

Trabajar me está destruyendo

No me gusta mi trabajo, la verdad es que el último que realmente me gustaba porque implicaba que no tenía que relacionarme con nadie directamente fue uno que dejé hace ya casi dos años. Era perfecto: podía ponerme a escuchar música mientras hacía mis investigaciones, sin tener que hablar con la gente, y solamente dedicarme a presentar los resultados a través de la plataforma o de terceros a quienes no conocía... no podía pedir nada más.

Nada salvo no tener el jefe directo tan idiota que tenía... pero ese es otro tema.

Realmente las actividades de los trabajos no son algo que me desagraden del todo, pero por lo general tiendo a ser muy susceptible a las relaciones con mis compañeros. Por lo general tiendo a mantenerme al margen, hablar cuando es necesario y presentar resultados nada más; no suelo hablar mucho de mi vida personal, he aprendido a no tener mucha confianza con algunas personas, pero al final de todo siempre hay cosas que me superan y comentarios que me sacan de quicio de tal manera que en verdad pienso en renunciar como única alternativa de liberación.

Hoy por hoy, trabajar me está destruyendo lentamente: a pesar de que siento empatar con los ideales de la empresa para la cual trabajo, a final de cuentas me percato de que no hay realmente ese compromiso por parte de los demás en cuanto al manejo de la compañía hacia sus fines establecidos: un día dicen una cosa, al siguiente día actúan bajo otra ideología, y sobre todo uno tiene que estar aguantando los malos tratos y los desplantes de los demás como si se tratara de un lujo estar en el puesto o en la empresa, como si me debiera sentir orgullosa por pertenecer al nuevo concepto de esclavo.

Trabajar me está quitando la vida: paso 11 horas de mi día encerrada en una oficina, personificando espléndidamente el concepto de "Godinez",  redactando correos electrónicos que poco sentido tienen, haciendo actividades que no van a ser lo suficientemente productivas en algún momento. Durante 11 horas además tengo que estar cumpliendo con los mandatos de otros trabajadores, con los indicadores, con las actividades y, desde luego presentar resultados, mismos que se deben de alguna manera maquillar para que no me toque una regañada segura.

Trabajar me está destruyendo el autoestima mediante acciones obligadas que implican adjudicarme los errores de los demás como si fueran míos, simplemente porque las indicaciones no fueron comunicadas en tiempo y forma, o simplemente porque los errores fueron de otros pero por jerarquía me tengo que responsabilizar (aunque sea moralmente) de ellos. Me destruye la autoestima en el sentido de que las ideas aportadas difícilmente son tomadas en cuneta, pero después alguien se las apropia aunque no hayan salido de su mente; a veces, si esas ideas salen mal, entonces sí indican que fueron mías, de otro modo siguen siendo de alguien más. Me destruye la autoestima porque soy una persona que no facilite va a ceder ante las peticiones estúpidas de los demás, porque soy una persona que manifiesta si algo no le agrada y no de las que simplemente agacha la cabeza y hace lo que le piden; suelo a veces cuestionar las acciones de los demás, suelo a veces también negarme a hacer algunas actividades con causa justificada, y al parecer eso no es bien visto en las empresas.

Trabajar está terminando con la confianza con las demás personas ya que me doy cuenta que son muy pocas aquellas en quienes puedes confiar, y las hipócritas que manipulan la información bajo su propio interés son la gran mayoría. También me doy cuenta que lo mejor es jamás dar indicio alguno de lo que te molesta, porque siempre habrá alguien que estará al pendiente de cada una de tus acciones y se colgará de ellas para hacerte sentir mal en cualquier oportunidad que tenga.

No sé quien nos dijo que debíamos levantarnos temprano durante al menos 5 días a la semana, vestir formalmente, ostentar un título universitario, que nos digan "señor", "licenciada", que nos nombren jefe o supervisor solamente por alimentación del ego y esperar 6 días de vacaciones al año era motivo de orgullo y, encima, uno se debería sentir agradecido.